Los domingos

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viernes, 17 de enero de 2014

La Escuela de San Fernando del s.XXI

 Dos estudiantes de Bellas Artes cuentan las razones por las que a día de hoy creer el poder de la imaginación no es ninguna locura

El olor a tabaco y a pincel mojado impregnan la habitación oscura. París a lo lejos y un reflejo de La Condición Humana de Magritte hacen el resto. Me encuentro en una corrala de la Calle de Los Artistas de Madrid , escapando de toda civilización, buscando algo más. He quedado aquí con dos estudiantes de segundo de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. El té se enfría. Dos vidas manchadas de color llamarán a la puerta en pocos minutos. Eduardo Morales y Mari Carmen Molina tienen entre los pinceles algo que contar.
Ambos sienten el arte de una manera especial. Conscientes de la grave crisis que atraviesa a día de hoy la creación y el creador, aseguran con la mirada desafiante estar en lugar correcto, fruto de los más grandes artistas de la historia de la humanidad. Por eso, porque para poder contar estas cosas es necesario vivirlas primero, decidimos que este no es el lugar más apropiado. Dejan  el cigarrillo a medias y la taza de té sin beber. Juntos cogemos el metro en dirección Ciudad Universitaria. Al fin y al cabo no dejamos de estar en Madrid.

Todo empezó en la semana cultural de su colegio. Con apenas seis años, Mari Carmen Molina visitó el Escorial y vio una representación teatral de Cristóbal Colón. Entonces supo que quería ser artista, o al menos intentarlo. A su lado, Eduardo Morales, recuerda una visita guiada al Museo Thyssen con prácticamente la misma edad. Entonces, su profesora  enseñó a los alumnos su cuadro favorito: un Rothko que en ese momento no fue más que una insignificante mancha de color  que no logró entender. Una mancha de color que a fuerza de observación, libros y brochazos ha aprendido a amar. “Mirar un Rothko es como mirar al mar. La pintura te invade hasta quitarte el aliento”, dice entusiasmado.
Salimos de la estación de metro. La fachada que alberga su facultad, anteriormente situada en la calle Sevilla, fue trasladada por Franco en 1960 a la avenida Greco, convirtiéndose así en una  universidad más; camuflada entre ciencias exactas; un poco difícil de encontrar. Tras un paseo de diez minutos por fin llegamos a nuestro destino. Al entrar a este edificio abandonado  y solitario, inspirado – o eso dicen- en las bases arquitectónicas del Parlamento de Berlín, una Victoria de Samotracia traída por Velázquez desde tierras romanas nos saluda, como si nos quisiera decir que estos muros albergan algo especial, distinto, bello. Paredes ruinosas, que en su día fueron blancas y que con el paso del tiempo los alumnos han convertido en lienzos,  dan forma y vida a la actual Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en la que artistas de la talla de Dalí, Buñuel, Goya o Picasso vieron su suerte y talento crecer.

Por estos pasillos, se pasean día a día cientos de jóvenes que, al igual que Eduardo y Mari Carmen, tienen un sueño por el que luchar: vivir por amor al arte, y nunca mejor dicho. ¿Pero dónde nace y muere todo esto? “A los tres años ella ya estaba a mi lado para mancharse con mis pinceles y témperas”, dice la madre de la chica entre risas.” Por el contrario, su padre, que  la llevaba a museos todos los domingos hubiese preferido que jugase al ajedrez”, añade. Y es que para ella, nieta de un cartero que rechazó a la sobrina del mismísimo Picasso, el estar aquí hoy por hoy, andando entre barro y acuarela, es una verdad que siempre ha estado latente. Latente pero escondida, como lo están las cosas que no son fáciles de afrontar. Eduardo cuenta que desde muy pequeño han sido muchos los que se han referido a él como alguien creativo y de una sensibilidad especial. “Pero esto es algo genético, mi madre también es muy creativa”, comenta mientras recorremos los largos, anchos y coloridos pasillos que dan forma a la escuela.
Nos sentamos en unas mesas de madera vieja, situadas a un lado del pasillo. Frente a nosotros, y pese al frío de una tarde de enero, los rayos de sol del mediodía atraviesan unas enormes cristaleras. A nuestro lado, otros dos jóvenes dan los últimos retoques a un trabajo de pintura. Aquí huele distinto, las taquillas están rotas y las paredes desconchadas. Pese a todo se respira una inmensa paz. Hablan de la carrera, de qué quieren y qué esperan. Ambos coinciden en que para poder transmitir emociones a partir de una obra, primero han de entender el arte, ese ente complejo e indefinible que ha estado omnipresente en la sociedad desde la prehistoria. Y  quizás es ese el motivo por el que eligieron mancharse las manos en lugar de hincar codos delante un libro de mil páginas. Aseguran estar en lugar correcto, lo aprecian tal y cómo es. Eso sí, no se consideran valorados por el resto de universitarios: “Es cierto que no tienes que sentarte frente un temario infinito para aprenderte la Constitución, pero  te exige muchísimo , ya que el pilar fundamental es la creatividad. Todo el mundo dice qué bonito pero nadie qué duro”, protestan al unísono. No obstante, mientras Eduardo confiesa que lo máximo que espera de sus cuatros años en estas viejas aulas es llegar a ser un mero observador del arte, Mari Carmen dice anhelar luz y oscuridad, no sabe ni el cómo ni el cuándo, ni cómo alcanzará esa meta, ese poder vivir siendo e la  artista en la que, poco a poco, está convirtiéndose.

“Todo el mundo dice que bonito pero nadie qué duro”

Y es que la sombra de un futuro incierto amenaza sobre estos estudiantes tal vez un poco más que al resto: el arte como tal,  se encuentra sumido actualmente en una profunda crisis. No solo el monstruo de los recortes en cultura acecha, sino que a día de hoy, el arte contemporáneo ha sobrepasado sus límites, de manera que todo parece estar inventado: “El arte es una emoción, no tiene porqué cumplir una función. Ahora se hace arte para reflexionar, reduciendo cualquier obra a una simple reivindicación más”, comentan enfadados. Ven las obras contemporáneas de esta  nueva era como una simple provocación, que intenta sin éxito sobrepasar sus propios límites. Según ellos lo único que avanza – no se sabe muy bien en qué dirección- es el mensaje  y el formato, qué hacer para llegar al espectador y que éste se plantee ciertas cosas, utilizando como vía una acción que, a veces, es efímera. Además consideran el exponer en una galería un ejercicio demasiado fácil, y se quejan de que incluso mostrar tus obras al público en cualquier bar olvidado desemboca, en la mayoría de los  casos, en una pérdida de tiempo y dinero. Aún así, si hoy por hoy se encuentran sentados alrededor de esta mesa es por algo: todavía quedan cosas que inventar. “El arte es tú y tus circunstancias. Cada época es distinta a la anterior y reclama una forma de expresión concreta”, explica Eduardo mientras apura el último sorbo de su vaso de café.  

“El arte es tú y tus circunstancias”

Por eso, porque ven en el arte una canalización de un sentimiento capaz de hacer nacer en el espectador una emoción, creen en la existencia un arte eterno, que vuela como el albatros de Baudelaire por encima de crisis morales y económicas. “Los buenos artistas existen, escondidos tal vez, pero existen”, asegura Eduardo. Será el paso de los siglos el que los convierta en leyendas. Pero no nos asustemos. Esto es algo  que ha ocurrido siempre, sean  cuales sean las estructuras que configuran una sociedad. Aún así estos dos estudiantes coinciden en que corren malos tiempos para la creatividad y la imaginación, para dejar al alma escapar de las barreras de un cuerpo oprimido por las convencionalidades.


Se empeñan en matar sin recelo la imaginación de los niños. ¿De qué tienen miedo? Tal vez el olor a pintura y arcilla es algo que tiene que sobrepasar los escombros  de esta facultad. ¿Dónde están los artistas de la Generación Perdida de siglo XXI? De pozos más profundos hemos salido. “Hacia el año 1898 un grupo de artistas en intelectuales de la talla de Azorín fundaron la Institución Libre de Enseñanza y a través de su creación hicieron que España avanzase hacia el futuro. No sé si dentro o fuera de nuestra Universidad, pero estoy seguro de que algún día aparecerán”, sentencia Eduardo.

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