"Las notas de Gustave Mahler acompañaron sus últimos latidos". Así comunicó Patricia, su esposa, la muerte del Nobel de Literatura Mario, Vargas Llosa. La cultura, y en especial el mundo de las letras, están de luto. La pluma de uno de los más importantes literatos de la lengua hispana de los últimos siglos ha dejado de escribir. El corazón del peruano, que hace poco más de tres años ganó el Nobel y hace poco menos de un mes publicaba su último artículo en El País, ha dejado de latir a los 76 años de edad.
El novelista y periodista se marcha con más de una treintena de obras a sus espaldas, entre las que destacan nombres como "La ciudad y los perros", "Los cachorros" o "Lituma en los Andes", cuatro hijos, seis nietos, y una viuda a la que debe todo y que hasta cuando le reñía le hacía el mejor de los elogios: "Mario, para lo único que sirves es para escribir". Comprometido con la causa de su tiempo, Vargas Llosa vio siempre la literatura como un compromiso fiel con la sociedad: "Leer es protestar contra las insuficiencias de la vida, por eso todos los regímenes dictatoriales se empeñan en acabar con la cultura", decía en el discurso que pronunció durante la recogida del Nobel.
Aprendió a leer a los 5 años, y poco
después, según le contó su madre, empezó a escribir para enmendar los finales
tristes de los cuentos que leía. Nacido en Arequipa, una ciudad al sur de Perú
en la que fue "el hijo sin papá" en 1936, pronto marchó a Cochabamba. Allí conoció
a quien hasta ese momento había dado por muerto: su padre. Y allí,precisamente, floreció su amor por la literatura: fue la autoridad
impuesta por la figura paternal la que puso punto y final al capítulo de su
infancia, le hizo ansiar otra vida y buscar un refugio, un refugio que encontró
en la lectura. Así, con una historia propia de la ficción, comenzó su
realidad.
Ya desde muy joven, con solo 16 años,
lanzó su carrera como periodista, oficio que junto con la literatura le
ha llevado a conocer y vivir más. Marxista en su juventud, fue la decepción con
estos sistemas y el paso del tiempo, lo que le llevó a convertirse en un
demócrata liberal, amante de la cultura democrática y las sociedades abiertas.
Quizás, esa decepción vino alimentada por su pronta llegada a Europa. Desde muy
joven vivió en París, ciudad en la que conoció a Balzac y Camus. También, Berlín, Washington, Barcelona o Madrid fueron
otros destinos que le llevaron a considerarse un ciudadano del mundo pero con
las raíces firmes sembradas en su Perú y el tronco visible en España, lugar que
le concedió la segunda nacionalidad. De ella guardaba con especial cariño el
recuerdo de la Transición, a la que otorgó dotes propios del realismo mágico y
de la que esperaba que los fanatismos y nacionalismos, a los que siempre
detestó, no acaben con ella.
El autor para el que escribir era una
manera de vivir y ganador de otros premios como El Cervantes, el Planeta o el
Rómulo Gallegos, se ha ido. Se ha ido pero dejando a su paso el halo de luz que
desprenden aquellos a quienes se les concede el don de la inmortalidad. Sus
novelas se quedarán petrificadas en el presente. Para siempre jamás.
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